viernes, 17 de marzo de 2023

El arrepentimiento como valor universal (I)


Antes de tu conversión ¿experimentaste alguna vez arrepentimiento? ¿Experimentaste la dura confusión de  tu conciencia tras haber obrado mal? Debemos saber que el sentimiento de culpa y contrición provienen de una conciencia objetivamente moldeada a los preceptos morales del Señor.

El arrepentimiento no es una postura exclusiva de la cristiandad, también los incrédulos son capaces de compungirse por la culpa de sus incorrecciones morales. La contrición a causa  del acometimiento de malas acciones ha estado presente en todos los pueblos desde el principio de la creación; indiferentemente del credo religioso – o de la ausencia de él – , el arrepentimiento siempre ha sido una constante humana solo explicable si se tiene en cuenta la influencia que Dios ejerce sobre nuestro sistema de valores, edificado históricamente sobre la base de la conciencia colectiva.

 
Todo remordimiento responde a la manifestación de una conciencia dotada de valores morales objetivos decretados por Dios:

“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó”

Romanos 1:18-19

No hay uno solo que pueda hallar vedadas las verdades morales más elementales, a saber: el robo, el asesinato, la fornicación, la mentira… constituyen actos que incluso los gentiles despreciaban aún desconociendo la revelación directa de Dios.

Por ejemplo, cuando la iglesia de Corinto, ciudad a medio camino entre Grecia y Esparta, abrazó un caso de fornicación, Pablo reprendió a la congregación con estas palabras:

“De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre.”

1 Corintios 5:1

 
¡Ni siquiera los gentiles de ese tiempo tolerarían una fornicación tan abominable!

El ilustre novelista ruso Fiódor Dostoyevski, converso al cristianismo, escribió “Si Dios no existe, todo está permitido”.

Demos gracias al Señor, porque ciertamente no todo está permitido. Las abominaciones son mayoritariamente condenadas, por el mundo ¡y para los cristianos esta es una bendición en la que no solemos reparar con frecuencia!

Alabamos a Dios, porque las bendiciones del sacrificio de Cristo se han vertido sobre el mundo entero:

“Que por esto aun trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, el cual es Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen”

1 Timoteo 4:10

“Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”

1 Juan 2:2

La expiación de Cristo brinda beneficios temporales incluso a los no salvos, pues todavía hoy hay luz en el mundo que se refleja en los valores objetivos de los hombres, la belleza con que la naturaleza colma en bastedad toda la Tierra, los caracteres humanos heredados de Dios… Todas estas son manifestaciones patentes de la gracia de Dios para con todos los hombres.

“Si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y alegría nuestros corazones”

Hechos 14:17

Y puesto que el conocimiento de pecado ha sido revelado hasta para quiénes no creen en el Señor, ninguno de ellos estará libre de arrepentimiento ni tampoco de condenación.
 
Durante los días siguientes nos detendremos en los dos tipos de arrepentimiento: el que es para la vida, y el que es para la muerte.


Sin embargo, por el momento, gloriamos a Dios  porque el arrepentimiento es un valor congénito a toda la humanidad en tanto que existen leyes morales regidas por una conciencia colectiva influenciada por Dios.

Y aunque éste sea para la salvación o perdición dependiendo de quién lo experimenta, ha sido hecho siempre a favor de los hijos de Dios, para que no suframos en un mundo aún más perverso de lo que ya es.

 
Amén.

 

domingo, 12 de marzo de 2023

La pereza es un pecado

 



El apresurado compás al que avanza implacable nuestro tiempo impide a muchos hermanos reposar en los asuntos del Señor. Grande es la impotencia con que se duele nuestro corazón cuando, con motivo de afanes académicos o laborales, nos vemos asediados por ocupaciones sin sustrato espiritual, que no atienden a los reclamos de Dios, sino a los del mundo.  

El ejemplo de Pablo, el primer gran teólogo del cristianismo, debe aleccionarnos a perseverar a pesar de la dureza de nuestros quehaceres cotidianos: 

“Se quedó con ellos, y trabajaban juntos, pues el oficio de ellos era hacer tiendas. Y discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y persuadía a judíos y a griegos”
Hechos 18:3-4

Sabedor de que su testimonio no debía inficionarse de donativos o aportaciones económicas, Pablo trabajaba diariamente haciendo tiendas junto a sus compañeros de profesión (1 Co 9:15), para luego servir en la sinagoga predicando el evangelio de Jesucristo. 

Tal fue la determinación del apóstol de los gentiles, que no conoció descanso, ni siquiera cuando estaba aprisionado, cerca del momento de su muerte:

“Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos
2 Timoteo 4:13

La alabanza, la lectura diaria de las Escrituras, o la servidumbre en oración constante parecen caprichos inaccesibles en un día copado de deberes. Y con fingida resignación, cerramos nuestros puños y recitamos maquinalmente un par de oraciones antes de atender asuntos “más importantes”. 

En vez de concentrarnos, ignoramos felizmente que el tiempo que Dios nos ha brindado en cada día es abundante: dieciséis horas, desde que sale el sol hasta que se posa. Mas sin embargo, lo dedicamos en más de la mitad a vanidades, como jugar videojuegos, ver vídeos ociosos, o trabar conversaciones insípidas que  ocupan las horas que el Señor nos reclama; y de tales vicios no hay excusa, Él nos juzgará por nuestra pereza: 

“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá [esa] fe salvarle?”
Santiago  2:14

“El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama”
Lucas 11:23

“Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” 

2 Pedro 1:8

 “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”

1 Juan 3:18

El Señor no conoce la dualidad en el creyente: si verdaderamente reside la fe en nuestro corazón, las inclinaciones naturales de nuestra alma regenerada nos tornarán a Dios, de modo que recogeremos junto a Jesucristo el fruto de nuestras buenas obras. Si la fe es muerta, será estéril en obras y no hallaremos al Señor más que en los momentos de egoísta angustia. 

Fructifica ante el Señor, porque la inacción es sinónimo de condenación. 

“Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orías, disipación y abominables idolatrias. A estos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos”
1 Pedro 4:3

Damos gloria al Señor, y rogamos por que nuestros ocios y vanidades se disuelvan en la sangre de Cristo, que ha sido para la remisión de los pecados. Tórnenos, por medio de su gracia misericordiosa, a la lectura de las Escrituras, la oración y la alabanza constante en nuestros corazones. 

Amén. 



Te recomendamos leer...

Semana Santa (II) - Lunes Santo (II): La purificación del Templo

  Representación del Templo de Herodes.   El templo de Jerusalén era una construcción casi en ruinas que fue reformada por Herode...