domingo, 12 de marzo de 2023

La pereza es un pecado

 



El apresurado compás al que avanza implacable nuestro tiempo impide a muchos hermanos reposar en los asuntos del Señor. Grande es la impotencia con que se duele nuestro corazón cuando, con motivo de afanes académicos o laborales, nos vemos asediados por ocupaciones sin sustrato espiritual, que no atienden a los reclamos de Dios, sino a los del mundo.  

El ejemplo de Pablo, el primer gran teólogo del cristianismo, debe aleccionarnos a perseverar a pesar de la dureza de nuestros quehaceres cotidianos: 

“Se quedó con ellos, y trabajaban juntos, pues el oficio de ellos era hacer tiendas. Y discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y persuadía a judíos y a griegos”
Hechos 18:3-4

Sabedor de que su testimonio no debía inficionarse de donativos o aportaciones económicas, Pablo trabajaba diariamente haciendo tiendas junto a sus compañeros de profesión (1 Co 9:15), para luego servir en la sinagoga predicando el evangelio de Jesucristo. 

Tal fue la determinación del apóstol de los gentiles, que no conoció descanso, ni siquiera cuando estaba aprisionado, cerca del momento de su muerte:

“Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos
2 Timoteo 4:13

La alabanza, la lectura diaria de las Escrituras, o la servidumbre en oración constante parecen caprichos inaccesibles en un día copado de deberes. Y con fingida resignación, cerramos nuestros puños y recitamos maquinalmente un par de oraciones antes de atender asuntos “más importantes”. 

En vez de concentrarnos, ignoramos felizmente que el tiempo que Dios nos ha brindado en cada día es abundante: dieciséis horas, desde que sale el sol hasta que se posa. Mas sin embargo, lo dedicamos en más de la mitad a vanidades, como jugar videojuegos, ver vídeos ociosos, o trabar conversaciones insípidas que  ocupan las horas que el Señor nos reclama; y de tales vicios no hay excusa, Él nos juzgará por nuestra pereza: 

“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá [esa] fe salvarle?”
Santiago  2:14

“El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama”
Lucas 11:23

“Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” 

2 Pedro 1:8

 “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”

1 Juan 3:18

El Señor no conoce la dualidad en el creyente: si verdaderamente reside la fe en nuestro corazón, las inclinaciones naturales de nuestra alma regenerada nos tornarán a Dios, de modo que recogeremos junto a Jesucristo el fruto de nuestras buenas obras. Si la fe es muerta, será estéril en obras y no hallaremos al Señor más que en los momentos de egoísta angustia. 

Fructifica ante el Señor, porque la inacción es sinónimo de condenación. 

“Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orías, disipación y abominables idolatrias. A estos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos”
1 Pedro 4:3

Damos gloria al Señor, y rogamos por que nuestros ocios y vanidades se disuelvan en la sangre de Cristo, que ha sido para la remisión de los pecados. Tórnenos, por medio de su gracia misericordiosa, a la lectura de las Escrituras, la oración y la alabanza constante en nuestros corazones. 

Amén. 



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