viernes, 7 de abril de 2023

Semana Santa (II) - Lunes Santo (II): La purificación del Templo

 

Representación del Templo de Herodes.
 

El templo de Jerusalén era una construcción casi en ruinas que fue reformada por Herodes el Grande (Mateo 2:1) para contentar al pueblo de Israel, el ambicioso proyecto arquitectónico del gobernante gentil tardaría más de 40 años en ser finalizado. Construido con bloques de piedra de 12x3x3 metros cúbicos extraídos expertamente desde la cantera, los gigantescos ladrillos estaban cohesionados unos con otros gracias a precisos cortes; todos tenían decoraciones y motivos de oro. El acabado del templo estaba cubierto de láminas de oro que reflectaban la luz del sol en la mañana. Cuando Jesús y sus apóstoles fueron al Templo de Jerusalén, se trataba de una edificación vasta e imponente.

 

 

La limpieza de Jesús se efectúa en el atrio de los gentiles, un patio exterior situado a ambos lados del templo, separado del atrio de Israel por un muro (Apocalipsis 11:2). Este espacio, de ordenada construcción por Herodes el Grande en la renovación del Segundo Templo, había sido reservado con el propósito original de que los no judíos de nacimiento tuvieran acceso a la oración y alabanza a Dios. También las personas con defecto que estaban vetadas del templo, como cojos o ciegos, se reunían en este patio para adorar a Dios (2 Samuel 5:8; Levítico 21:18).

A raíz de las festividades pascuales, los judíos en la diáspora recorrían largas distancias para realizar ofrendas sacrificiales en el templo, según los mandados de las Escrituras (Éxodo 23:14-17; 12:23-27). Puesto que llevar consigo un animal para el sacrificio podía ser dificultoso para los viajeros – máxime, cuando existía la posibilidad de que no pasara la inspección del sumo sacerdote – , los mercaderes encontraron en la demanda de bueyes, ovejas y palomas la oportunidad de obtener pingües beneficios.

 Las palomas, mencionadas en  Mateo 21:12, Marcos 11:15 y Juan 2:13 eran los sacrificios que podían ofrecer los pobres si no podían asumir la compra de un cordero:

“Y si no tuviere lo suficiente para un cordero, traerá a Jehová en expiación por su pecado que cometió, dos tórtolas o dos palominos, el uno para expiación, y el otro para holocausto”

Levítico 5:7

“Cuando los días de su purificación fueren cumplidos, por hijo o por hija, traerá un cordero de un año para holocausto, y un palomino o una tórtola para expiación, a la puerta del tabernáculo de reunión, al sacerdote”

Levítico 12:6

Sobre el supuesto de este último precepto se ampararon María y José para ofrecer dos tórtolas o dos palominos por el nacimiento de Jesucristo.

“Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor”

Lucas 2:22


En contra del uso establecido, los vendedores acostumbraron a instalar sus puestos en el atrio de los gentiles, con la complicidad de las autoridades del templo, que exigían tarifas a cambio del arrendamiento; cabe la posibilidad de que estos vendedores pertenecieran a la jerarquía de los sacerdotes. Sea cual fuera el caso, la familia del sumo sacerdote se reportaba beneficios.

Junto a ellos estaban los cambistas, negociantes ocupados de convertir divisas griegas o romanas a las aceptadas por el templo; estas eran las monedas provenientes de Tiro, grabadas con la imagen del dios fenicio Baal. Esta práctica era muy controvertida entre ciertos sectores del judaísmo (Mt 22:17-22) – algunos fariseos evitaban mirar las imágenes de las monedas, pues consideraban que era un acto de idolatría –,respondía al valor de las piezas, acuñadas con plata de alta pureza.  A esta transacción se le aplicaba un interés abusivo, del diez o doce por ciento, razón que les justifica el apelativo de “ladrones” proferido por Jesús en Mt 21:13.

Las monedas de Tiro servían para el pago del impuesto anual, de reglamentario tributo para los judíos devotos a partir de los 20 años de edad (Éxodo 30:13-14; 2 Crónicas 24:9).

Cuando Jesús hubo de pagar el impuesto anual, no recurrió a los cambistas e hizo que Pedro recogiera un estatero de la boca de un pez:

“Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? El dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos.  Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti”

Mt 17:24-27


Él era el hijo de Dios, como príncipe estaba exento de pagar impuestos, y sin embargo para no ofender, accedió a pagar el impuesto.

 

Los vendedores y cambistas usurpaban el atrio y privaban de alabanzas a los más desfavorecidos a la merced de sus riquezas.

Ante una tesitura semejante, el Señor arremetió con justo celo contra la multitud de mercaderes, por lo cual está escrito “El celo de tu casa me consume”. Este verso, citado en Juan 2:17, es un extracto del Salmo 69, un canto angustiado de David huyendo de sus perseguidores, que contiene revelaciones mesiánicas; la santidad de Jesucristo era tal que muchos lo despreciaban por sus reprensiones “Y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí”.

En primer lugar, Jesús expulsó a todos los mercaderes. El verbo “echar” empleado en los evangelios está refiriendo tanto a hombres como animales; esto lo hizo de forma ordenada, hecho que se refleja en la inexistencia de tumultos o intervenciones de la guardia. Para muestra de que la expulsión fue realizada por medios no violentos, puede remitirse a Marcos 1:12, donde es usada la misma forma “echar” cuando Jesús era impulsado por el Espíritu Santo al desierto:

“Y luego el Espíritu le impulsó al desierto”

Marcos 1:12

 

 

Un látigo de cuerdas. Consistía en varios pedazos de cuerdas u hojas unidos por un nudo terminado en un mango; la palabra “cuerdas” (σχοινίον)  usada por Juan significa literalmente “juncos” o “sogas”. Era usado generalmente para levantar polvo, y no para impactarlo contra los animales.

El Evangelio de Juan es el único que detalla a  Jesús haciendo un “azote de cuerdas” para ahuyentar a los vendedores y sus animales. El instrumento en cuestión, un látigo de pastoreo, no era un arma para infligir daño – muchas pinturas representan erróneamente esta escena ilustrando a Cristo alzando algo parecido a un látigo romano –, sino una inofensiva herramienta para ahuyentar ganado, de uso común entre los niños hijos de pastores. 

Sirviéndose de un sencillo látigo de cuerdas, apartó a los corruptores del templo y a sus animales sin utilizar la violencia física. Después, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas.

Cuando todas las multitudes estuvieron a la expectación de las palabras de Jesús, él “no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno” (Marcos 11:16), para que no inficionaran más el atrio. Pronunció entonces:

“¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”

Marcos 11:17


Las palabras de Jesús apelan a la Escritura, concretamente a Isaías 56:7 y Jeremías 7:11.

Isaías 56 expresa la promesa de Dios de entablar una relación con los pueblos gentiles, los extranjeros excluidos del pacto de Israel (Éxodo 12:43; Deuteronomio 23:1, 3, 7, 8) entre los que también se encontraban los eunucos.

“Y a los hijos de los extranjeros que sigan a Jehová para servirle, y que amen el nombre de Jehová para ser sus siervos; a todos los que guarden el día de reposo para no profanarlo, y abracen mi pacto, yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”

Isaías 56:6-7


El cumplimiento  de las profecías se  consumaría con el Nuevo Pacto, inaugurado por Jesucristo a través de su sacrificio, por esto es que “Ya no hay judío ni griego” (Gálatas 3:28).

Solo el Evangelio de Marcos, escrito para los gentiles de Roma, cita completamente Isaías 56:7, que finaliza con “para todas las naciones”. Esta parte era de una relevancia fundamental, pues los comerciantes desdeñaban el culto de los excluidos de Israel instalando sus puestos en el atrio de los gentiles.

“Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis”

Jeremías 7:9


“¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre? He aquí que también yo lo veo, dice Jehová”

Jeremías 7:11


Jeremías 7 es un sermón predicado por el profeta Jeremías a las puertas del templo. El pueblo de Israel desacataba los preceptos de Dios, pues oprimía “al extranjero, al huérfano y a la viuda” y andaba “en pos de dioses ajenos” – uno de los cuales era Baal, el mismo dios fenicio grabado en las monedas del templo en tiempos de Jesús – (Jeremías 7:6, 9), entre otros pecados. En tanto que el templo de Dios se había convertido en una cueva de ladrones (literalmente, “refugio de bandidos”), Dios juzgaría la iniquidad de su pueblo con la destrucción del templo (Jeremías 7:14).

La advertencia de la destrucción del templo de Jerusalén era desdeñada por los habitantes de Judá, que consideraban el templo como una propiedad inexpugnable, de la que Dios no consentiría su destrucción:

“No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este”

Jeremías 7:4

Esta soberbia de los israelitas tiene paralelo a la actitud de los judíos contemporáneos a Jesús cuando defendían a ultranza la imposibilidad de que el majestuoso templo de Herodes el Grande pudiera ser algún día destruído (o reconstruido):

“Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?”

Juan 2:20

Veintitrés años pasaron hasta que aconteció la destrucción del templo de Jerusalén y la dureza del exilio babilonio.

De manera similar, la destrucción del segundo templo acontecería nuevamente, después de Jesucristo:

“Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada”

Mateo 24:2

Estas palabras se cumplieron en el año 70 d.C, cuando el emperador romano Tito levantó andamios alrededor de las paredes del templo, y provocó un incendio que acabaría derrumbado toda la estructura, de la que todo el oro útil sería extraído. Los restos que quedaron fueron derribados y echados al torrente del Cedrón.

Cuando Jesucristo libró al templo de la opresión de los mercaderes, entraron ciegos y cojos, hombres cuya entrada al templo estaba vedada a causa de su condición física, y solo podían rendir adoración en el atrio de los gentiles, libre por fin de la corrupción. 

RECURSOS EMPLEADOS: 

Atlas Bíblico - Referencias e imágenes: https://atlasdelabiblia.wordpress.com/los-atrios-del-templo/

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Doctpr Trevor R Allin - Referencias en griego: http://www.livingwater-spain.com/

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