domingo, 11 de octubre de 2020

Evangelio - Salvación

 Dijo también a unos que confiaban en que eran justos, y menospreciaban a los demás, esta parábola:«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, en pie, oraba consigo mismo de esta manera:«Dios, te doy gracias, por que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que poseo». Sin embargo, el publicano, situado lejos, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:«Dios, sé propicio a mí pecador». Os digo que éste descendió a su casa justificado mientras que el otro, no; porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado (Lucas ₁8:9-₁4).

Recordad que sólo podréis ser salvos, no a través de vuestro propio mérito, sino a través de la misericordia y el perdón de Dios. La salvación emana del reconocimiento de nuestros pecados, de la consciencia de que Dios nos perdonará en su infinita indulgencia. La soberbia religiosa de aquellos a los que replicó Jesús con la anteriormente citada parábola, constituye un pecado que no puede ser perdonado.
Es un pecado que no puede ser perdonado, porque no ha sido reconocido por el propio impenitente , en virtud de una fatuidad que autojustifica conductas no pocas veces, más que perniciosas.

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